lunes, 12 de agosto de 2013


FRANCISCO ALARCÓN

 

Américo Martín

 

 

Francisco Alarcón levanta una pared de vidrio frente al paisaje externo, pero sobre todo frente a la Humanidad. No lo hace para detener el tiempo ni derrotar a los heraldos de la Muerte, sino porque su vinculación con los demás no suele ser natural, ni fácil. Ante lo que desprecia, esa relación carece de algodones diplomáticos y toma la forma de un tejido dermatoso. Ante los inocentes y las personas íntegras, es de una generosidad extrema, como si el acontecimiento luminoso se le pudiera escapar. Como verdadero poeta, Francisco no hace concesiones; se da por entero.

 

Américo Castro denominó “centáurico” el temperamento castellano por articular perfectamente la existencia objetiva con el hecho inmediato de estar existiendo. Ninguno como el español ha enlazado esas dos objetividades en lo que Castro define como integralismo, es decir: centaurismo.

 

El autor de la extraordinaria España en su historia, dice que pocos pueblos se vuelcan tan plenamente en lo que hacen. De ahí la furia española cuando se trata de defender el honor, la religión, el territorio o el equipo de fútbol. El español integra la ilusión de las causas imposibles.

 

Según Castro:

 

La historia hispana es la pugna

entre individuo y masa, entre el intento de

razonar y la disolución de la razón… entre la

cultura racional y la espontaneidad primitiva,

entre la norma y la anarquía. La civilización

hispana vivió –vive- emparedada dentro de

tales disyuntivas

 

Por unir esos extremos, Castro habló del integralismo o centaurismo hispano. El centauro es mitad animal mitad humano. Es la sin razón unida a la razón. El símbolo de la integración, el volcarse con mente y cuerpo.

 

Algunos venezolanos caben en esta definición. Entre los poetas a quienes les va la vida en lo que escriben está Francisco Alarcón. La muerte y la tentación de amistarse con ella flotan en su obra.

 

Los agravios de la vida están escritos con sangre en sus obras, sin trazas de artificio, metáforas o metonimias forzadas. Alarcón hace poesía para no hundirse.

 

Los animales humanos desean ser reconocidos. Alarcón también, pero fue el instinto de sobrevivencia lo que lo arrastró con tanta desesperación y entrega a la poesía. Parecerá esa una frase convencional, pero en verdad fueron la escritura y un suave sentido del humor las poleas que lo levantaron del pozo donde estaba sepultado.

 

En mi prólogo a su libro Segundo Aire, lo resalto:

 

-       El humor salva a este solitario venezolano

de la desgracia personal, cuyas peripecias lo

habrían conducido al desastre final si no hubiese

encontrado en el manantial poético y en la

efímera sensación de superioridad del humor, las fuentes del segundo aire que

nos lo han devuelto para que asuma su destino

 

Hablo de un humor latente, suave, sin violencia; algo desvanecido en sus recientes obras, porque la fuerza expresiva de Francisco ha cobrado un ímpetu y una densidad tales que lo excluyen.

 

En la primera etapa de su hacer poético nos dio varias exquisiteces. En A una españolita,  parodia de la Casada Infiel, toma a la chacota al gitano engañado por la bella malmaridada:

 

 

Aquella noche corrí

ilusionado a su meta

y tras algún relatillo

que le eché por pura treta,

me porté como quien soy,

como un gitano poeta.

La regalé un poemario

y un vinillo de a peseta

Y no quise enamorarme

porque al írseme, suelta,

me dijo en lengua castiza

que no usé yo bien la zeta

 

 

Sin  ser aficionado a los Cantos, se valió de uno para deslizarse hacia la amable naturaleza, su nueva etapa:

 

-       Canto a la Naturaleza, ubérrima, fría, caliente

fresca con su agua cristalina

bordeada de auroras de esmaltes verdes en

contraste con el ocre de su tierra

Me gusta ella, porque en ella se siembran

nuestros despojos.

 

 

Posteriormente nos lleva como Virgilio a Dante del infierno de las relaciones humanas hasta el cielo de la muerte. Desde la Naturaleza a la Parca, fase culminante del poema.

 

Por desprecio a la vida reviste de libertad la guadaña:

 

Canto a la muerte, la admiro, la

presiento, la huelo a cada minuto,

de ella no me oculto ni me encierro, vive conmigo

desde hace ya tiempo

queriendo bendecirme en vida para llevarme todo

completo

Admiro a la muerte, anda sola siempre, es fiel

compañera, eterna e imperecedera

igual que para Quevedo, tiene más de

caricia que de pena

 

 

Francisco alaba a la emisaria del Averno. Se deja llevar al desenlace. Sin ser ateo necesita testimonios, quizá milagros. Su Dios no infunde miedo:

 

Yo soy el Dios que no asusta

  

Lope de Vega sólo sabía amar u odiar. Quizá una frase de circunstancia para el Fénix pero no para Alarcón.  Acepta o rechaza y cuando la realidad aprieta, lleno de zozobra, rebota hacia Dios:

 

En este momento en que la suerte del hombre

vaga sin rumbo

(……….)

¿Dónde te ocultas?, ¡da la cara!

 

(………)

Con tu bondad infinita

con responsabilidad pagana y sabiduría humana

dime ¿por qué te escondes del hombre que has

creado?

 

Su maduración poética, finalmente lo ha vuelto sobre sí mismo. Podría apropiarse con probidad del introito del gran Canto de Walt Whitman:

 

Esto  no es un libro. Quien lo toca está tocando a un hombre.